Al
Público de Buenos Aires
con
motivo de la presentación de "Bodas de Sangre" en el teatro Avenida
La reaparición de la compañía de Lola Menbrives anoche, en el
escenario del Avenida, con "Bodas de Sangre", adquirió significativos caracteres
y simpático relieve, por la presencia en Buenos Aires del autor de la obra bella
y fuerte, que por primera vez asistía a una interpretación de su obra en Buenos
Aires. La obra fue objeto de la misma prolija y expresiva versión escénica que
escuchamos en el Maipo, destacándose, sobre todo, Lola Menbrives y Helena
Cortesina en los dos papeles de preponderancia, y siempre, en su amplio reparto
y en su lucida presentación, objeto del mismo cuidado y de los mismos
comentarios elogiosos, que ya registramos en su oportunidad. La atmósfera,
amistosamente caldeada por la presencia del autor, determinó en el público un
entusiasmo comunicativo, manifestándose en sus escenas culminantes y en los más
felices de sus párrafos inspirados, y arrancó los sostenidos aplausos con que
fue saludada la presencia de García Lorca en el proscenio. El autor dirigió al
público de Buenos Aires las siguientes palabras, que fueron vivamente
celebradas, dejando la velada, el más grato recuerdo y un vibrante eco de
simpatía. Dijo así:
—El dirigir la palabra esta noche al público no tiene más objeto que dar las
gracias bajo el arco de la escena por el calor y la cordialidad y la simpatía
con que me ha recibido este hermoso país, que abre sus praderas y sus ríos a
todas las razas de la tierra.
A los rusos con sus estrellas de nieve, a los gallegos que llegan sonando ese
cuerno de blando metal que es su idioma, a los franceses en su ansia de hogar
limpio, al italiano con su acordeón lleno de cintas, al japonés con su tristeza
definitiva. Pero a pesar de esto, cuando subía las ondas rojizas y ásperas como
la melena de un león que tiene el Río de la Plata, no soñaba esperar, por no
merecer, esta paloma blanca temblorosa de confianza que la enorme ciudad me ha
puesto en las manos; y más que el aplauso agradece el poeta la sonrisa de viejo
amigo que ofrece el aire luminoso de la Avenida de Mayo.
En los comienzos de mi vida de autor dramático yo considero como fuerte
espaldarazo esta ayuda atenta de Buenos Aires que correspondo buscando su perfil
más agudo entre sus barcos, sus bandoneones, sus finos caballos tendidos al
viento, la música dormida de su castellano suave y los hogares limpios del
pueblo donde el tango abre en el crepúsculo sus mejores abanicos de lágrimas.
Rubén Darío, el gran poeta de América, cantó con voz inolvidable la gloria de
Argentina, poniendo vítores azules y blancos en las pirámides que forman la
zumbadora rosa de sus vientos. Para agradecer vuestra cortesía, yo pongo mi voz
pequeña como un junco del Genil al lado de ese negro tronco de higuera que es la
voz suya.
Salud a todos.
25 de octubre, 1933
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