(Conferencias)
Charla sobre teatro.
Queridos amigos: Hace tiempo hice firme promesa de rechazar toda clase de homenajes,
banquetes o fiestas que se hicieran a mi modesta persona; primero, por entender que cada
uno de ellos pone un ladrillo sobre nuestra tumba literaria, y segundo, porque he visto que
no hay cosa más desolada que el discurso frío en nuestro honor, ni momento más triste que el
aplauso organizado, aunque sea de buena fe.
Además, —esto es secreto—, creo que banquetes y pergaminos traen el mal fario, la
mala suerte, sobre el hombre que los recibe; mal fario y mala suerte nacidos de
la actitud descansada de los amigos que piensan: "Ya hemos cumplido con él".
Un banquete es una reunión de gente profesional que come con nosotros y donde
están, pares o nones, las gentes que nos quieren menos en la vida.
Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes yo organizaría ataques y
desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: "¿A que
no tienes valor de hacer esto?" "¿A que no eres capaz de expresar la angustia
del mar en un personaje ?" "¿A que no te atreves a contar la desesperación de
los soldados enemigos de la guerra?". Exigencia y lucha, con un fondo de amor
severo, templan el alma del artista, que se afemina y destroza con el fácil
halago. Los teatros están llenos de engañosas sirenas coronadas con rosas de
invernadero, y el público está satisfecho y aplaude viendo corazones de serrín y
diálogos a flor de dientes; pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere
salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren
los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza
entre los juncos sin que nadie escuche su gemido.
Huyendo de sirenas, felicitaciones y voces falsas, no he aceptado ningún
homenaje con motivo del estreno de Yerma; pero he tenido la mayor alegría de mi
corta vida de autor al enterarme de que la familia teatral madrileña pedía a la
gran Margarita Xirgu, actriz de inmaculada historia artística, lumbrera del
teatro español y admirable creadora del papel, con la compañía que tan
brillantemente la secunda, una representación especial para verla.
Por lo que esto significa de curiosidad y atención para un esfuerzo notable de
teatro. doy ahora que estamos reunidos, las más rendidas, las más verdaderas
gracias a todos. Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como
estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente
apasionado del teatro de acción social. El teatro es uno de los más expresivos y
útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su
grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas,
desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del
pueblo; y un teatro destrozado. donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede
achabacanar y adormecer a una nación entera.
El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los
hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con
ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre.
Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está
moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido, histórico,
el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con
risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o
sitio para hacer esa horrible cosa que se llama "matar el tiempo". No me refiero
a nadie ni quiero herir a nadie; no hablo de la realidad viva, sino del problema
planteado sin solución.
Yo oigo todos los días, queridos amigos, hablar de la crisis del teatro, y
siempre pienso que el mal no está delante de nuestros ojos, sino en lo más
oscuro de su esencia; no es un mal de flor actual, o sea de obra, sino de
profunda raíz, que es, en suma, un mal de organización. Mientras que actores y
autores estén en manos de empresas absolutamente comerciales, libres y sin
control literario ni estatal de ninguna especie, empresas ayunas de todo
criterio y sin garantía de ninguna clase, actores, autores y el teatro entero se
hundirá cada día más, sin salvación posible.
El delicioso teatro ligero de revistas, vodevil y comedia bufa, géneros de los
que soy aficionado espectador, podría defenderse y aun salvarse; pero el teatro
en verso, el género histórico y la llamada zarzuela hispánica sufrirán cada día
más reveses, porque son géneros que exigen mucho y donde caben las innovaciones
verdaderas, y no hay autoridad ni espíritu de sacrificio para imponerlas a un
público al que hay que domar con altura y contradecirlo y atacarlo en muchas
ocasiones. El teatro se debe imponer al público y no el público al teatro. Para
eso, autores y actores deben revestirse, a costa de sangre, de gran autoridad,
porque el público de teatro es como los niños en las escuelas: adora al maestro
grave y austero que exige y hace justicia, y llena de crueles agujas las sillas
donde se sientan los maestros tímidos y adulones, que ni enseñan ni dejan
enseñar.
Al público se le puede enseñar, —conste que digo público, no pueblo—; se le puede
enseñar, porque yo he visto patear a Debussy y a Ravel hace años, y he asistido
después a las clamorosas ovaciones que un público popular hacía a las obras
antes rechazadas. Estos autores fueron impuestos por un alto criterio de
autoridad superior al del público corriente, como Wedekind en Alemania y
Pirandello en Italia, y tantos otros.
Hay necesidad de hacer esto para bien del teatro y para gloria y jerarquía de
los intérpretes. Hay que mantener actitudes dignas, en la seguridad de que serán
recompensadas con creces. Lo contrario es temblar de miedo detrás de las
bambalinas y matar las fantasías, la imaginación y la gracia del teatro, que es
siempre, siempre, un arte, y será siempre un arte excelso, aunque haya habido
una época en que se llamaba arte a todo lo que nos gustaba, para rebajar la
atmósfera, para destruir la poesía y hacer de la escena un puerto de
arrebatacapas.
Arte por encima de todo. Arte nobilísimo. y vosotros, queridos actores, artistas
por encima de todo. Artistas de pies a cabeza, puesto que por amor y vocación
habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas. Artistas por ocupación
y preocupación. Desde el teatro más modesto al más encumbrado se debe escribir
la palabra "Arte" en salas y camerinos, porque si no vamos a tener que poner la
palabra "Comercio" o alguna otra que no me atrevo a decir. Y jerarquía,
disciplina y sacrificio y amor.
No quiero daros una lección, porque me encuentro en condiciones de recibirlas.
Mis palabras las dicta el entusiasmo y la seguridad. No soy un iluso. He pensado
mucho, —y con frialdad—, lo que pienso, y, como buen andaluz, poseo el secreto de
la frialdad porque tengo sangre antigua. Yo sé que la verdad no la tiene el que
dice "hoy, hoy, hoy" comiendo su pan junto a la lumbre, sino el que serenamente
mira a lo lejos la primera luz en la alborada del campo.
Yo sé que no tiene razón el que dice: "Ahora mismo, ahora, ahora" con los ojos
puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice "Mañana, mañana,
mañana" y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo.
2 de febrero, 1935
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