En homenaje a Luís Cernuda.
No vengo yo en este momento a esta mesa como amigo de Luis Cernuda, ni amigo
vuestro, ni a ofrecer este banquete para cumplir un rito gastado ya en tantas
farsas con discursitos decorados, con envidias cubiertas de veneno y lágrimas de
cocodrilo. No vengo tampoco dispuesto a que mi voz la lleve el aire para recibir
en cambio, como tantas veces, una bandeja de aplausos coronada por un "muy
interesante" de merengue. Yo vengo para saludar con reverencia y entusiasmo a mi
"capillita" de poeta, quizá la mejor capilla poética de Europa, y lanzar un
vítor de fe en honor del gran poeta del misterio, delicadísimo poeta Luis
Cernuda, para quien hay que hacer otra vez, desde el siglo XVII, la palabra
divino, y a quien hay que entregar otra vez agua, juncos y penumbra para su
increíble cisne renovado.
No me equivoco. Lo que voy a decir es verdad y está en la conciencia de toda
persona sensible. La aparición del libro La realidad y el deseo es una
efemérides importantísima en la gloria y el paisaje de la literatura española.
No me equivoco, porque para decir esto aquí yo he luchado a brazo partido con el
libro, leyendo sin gana al acostarme, al levantarme; leyendo con dolor de
cabeza, sacando ese poquito de odio que sentimos todos contra autores de obras
perfectas; pero ha sido inútil. La realidad y el deseo me ha vencido con su
perfección sin mácula, con su amorosa agonía encadenada, con su ira y sus
piedras de sombra. Libro delicado y terrible al mismo tiempo, como un clave
pálido que manara hilo de sangre por el temblor de cada cuerda. No habrá
escritor en España, de la clase que sea, si es realmente escritor, manejador de
palabras, que no quede admirado del encanto y refinamiento con que Luis Cernuda
une los vocablos para crear su mundo poético propio; nadie que no se sorprenda
de su efusiva lírica gemela de Bécquer y de su capacidad de mito, de
transformación de elementos que surgen en el bellísimo poema El joven marino con
la misma fuerza que en nuestros mejores poetas clásicos. Entre todas las voces
de la actual poesía, llama y muerte en Aleixandre, ala inmensa en Alberti, lirio
tierno en Moreno Villa, torrente andino en Pablo Neruda, voz doméstica
entrañable en Salinas, agua oscura de gruta en Guillén, ternura y llanto en
Altolaguirre, por citar poetas distintos, la voz de Luis Cernuda erguida suena
original, sin alambradas ni fosos para defender su turbadora sinceridad y
belleza.
La pluma que dibujó los primorosos mapas de los árabes, la que inventó
clavellinas y negras mariposas en las cintas de los niños muertos, la pluma que
ha escrito con sangre una carta de amor sobre la que después se ha escupido, la
que ha copiado con temblor un torso de Apolo en la agonía de los institutos,
pluma de pena y frenesí de rocío. es la que ha sostenido entre sus dedos Luis
Cemuda mientras oía la voz que dictaba su Realidad y el deseo.
Desde que el poeta canta en 1924:
Va la brisa reciente
por el espacio esbelta
y en las bojas, cantando,
abre una primavera.
empieza un duelo con sus tristezas,
con su tristeza de sevillano profundo, duelo elegantísimo, con espadín de oro y
careta de narcisos; pero con miedo y sin esperanza, porque el poeta cree en la
muerte total. Este duelo sin esperanza de paraíso, que hace que el poeta quiera
fijar eternamente los hombros desnudos de un navegante o una momentánea
cabellera, anima todas sus páginas, hasta que al fin cae victoriosamente
rendido.
Fortalecido estoy contra tu pecho
y augusta piedra fría,
bajo tus ojos crepusculares,
¡oh madre inmortal!
en el grave himno de la "Tristeza",
uno de los últimos de La realidad y el deseo.
No es hora de que yo estudie el libro de Luis Cernuda, pero sí es la hora de que
lo cante. De que cante su espera inútil, su impiedad, y su llanto, y su desvío,
expresados en norma, en frialdad, en línea de luz, en arpa.
No me equivoco. No
nos equivocamos. Saludemos con fe a Luis Cernuda. Saludemos a La realidad y el
deseo como uno de los mejores libros de la poesía actual de España.
21 de abril, 1936
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